Soñar despiertas

25.07.2023

Hay muy pocos deportes en el mundo tan emocionantes como lo es el baloncesto. Ni siquiera el fútbol, con sus millones de hinchas y sus estadios a reventar puede atreverse a igualar el culto al placer que es sentarse en un pabellón y disfrutar de un partido como el que brindaron España Estados Unidos en el Wizink Center. Pequeñas promesas menores de diecinueve años que se pusieron las zapatillas de las mayores, se abrocharon el talento de cualquier selección absoluta y salieron no solo a dar espectáculo, sino a batirse en un duelo de vida a muerte con todas las rivales. Un duelo donde la victoria y la derrota eran algo más, donde el enemigo podía llegar a ser uno mismo y no cualquier persona que tuvieran enfrente.

Había sido impecable el camino de ambas selecciones. Las españolas apenas habían tenido problemas en todo el torneo, quitando únicamente algunos minutos contra Canadá donde pudieron estar en el alambre, las estadounidenses no habían encontrado un equipo que estuviera el 70% de su nivel. Ninguna había perdido todavía, las dos querían irse con el invicto de esa final. Las locales para celebrarlo con un Madrid absolutamente volcado con ellas, las visitantes para llegar a su tierra con un trofeo entre las manos, prácticamente obligadas a ganar en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.

Y España perdió, pero nunca en la historia del deporte una derrota había sentado tan bien. Porque en realidad, España ya había ganado de antes. Realmente, ya había ganado desde el himno, cuando consiguieron que más de siete mil personas invirtieran la tarde del domingo no solo en ir a verlas, sino en dejarse el alma en ellas. España entera estaba ardiendo en las urnas mientras Madrid se estaba dejando su corazón en el Palacio de los Deportes.


Porque esta selección podía haber convencido y ya está, podía incluso haber ganado y que todo fuera alegría, y ya está. Pero esta sub19 decidió ir mucho más. No quiso divertir a su público, quiso enamorarlos, quiso que sus nombres se recordaran, y sobre todo, quiso entrar en la historia. Hagan lo que hagan las generaciones posteriores, ellas ya lo han conseguido. Queriendo o sin querer han ilusionado desde niños hasta mayores, desde el más fanático del baloncesto hasta quien nunca se había visto ningún partido. Y lo más importante, han sido la referencia de miles y miles de niñas que se han visto reflejadas en sus ídolos, que ya pueden cambiar de generación, que ya pueden ver como el sueño del baloncesto profesional está un poquito más cerca de lo que estaba hace veinte años, por ejemplo.

Raro fue al que no se le saltó la lágrima en el Palacio de los Deportes viendo a este equipo dejarse el alma en el campo. Desde Marina y su rodilla maltrecha saltando en el banquillo hasta las otras once, que jugaran un minuto o los cuarenta, decidieron salir a comerse a las estadounidenses, que dejaron todo lo que tenían en el camino y no escatimaron ni un esfuerzo. "La que no crea que se quede en el banquillo" decía la capitana Elena antes de saltar al último cuarto. No había ni un solo pulmón en ese pabellón que no creyera que España podía hacerlo. Y no por cualquier mística española que cualquiera quiera dibujar, sino porque era imposible no confiar en las doce mujeres que habían llevado al equipo hasta allí, desde el empuje de Flórez, hasta la defensa de Daniela sobre las cinco jugadoras rivales, pasando por el liderazgo de la propia Buenavida, los tapones de Awa o la magia de Iyana. Porque no hubo ni una sola que saliera y lo hiciera mal, con la técnica de Bermejo, las aportaciones de Inés e Irene, los triples de Brito, los vuelos de Ariadna o el debut de Elena Moreno, que en su primer torneo internacional ya se ha colgado la medalla.

Sería injusto dejarse fuera a Bernat Canut y a su cuerpo técnico, unas mentes privilegiadas capaces de lo imposible, válidas para dibujar unas defensas que no solo ahogaban entrenadores rivales, sino que eran capaces de convencer a doce estrellas de que defender mola muchísimo más que atacar, y eso que el ataque no podía haber sido mejor. Dirección y liderazgo desde el banquillo, capacidad para gestionar un grupo que apestaba a sano, que parecía edulcorado de una dosis extra de felicidad y armonía, capaz de todo, un pegamento indisoluble para un vestuario que, al ritmo de TikTok ha conseguido colgarse una plata.


Convencer, enamorar y emocionar. Estos han sido los tres pasos de una selección absolutamente histórica y diferencial, de una selección que se ha ganado el cariño y el respeto de todos los corazones español. Porque esto es el deporte, esto es el baloncesto y sobre todo, esto es el baloncesto femenino: nivel, experiencia y corazón por encima de todo. Han abierto los límites todavía más, han abarrotado un Palacio de los Deportes que no solo ha vibrado con ellas, sino que ha convertido el torneo en una fiesta, porque no hay otra manera de describir lo que se sintió en aquella final, miles de almas vibrando con las cinco jugadoras de ese momento, celebrando cada canasta o cada acción defensiva. No hubo fondo de animación, tampoco hizo falta porque en el corazón de cada español hubo un grito de animación diferente y bonito para un equipo que ha demostrado que soñar despiertas es más lícito que nunca.

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