Gayá y el Valencia: historia de amor en tiempos de guerra

20.10.2022

El verano del Valencia en el mercado de fichajes ha sido como una película de terror, no tanto por lo que ha llegado sino por lo que se ha ido. En medio de una crisis directiva, con la afición dando la cara por el escudo y la espalda al palco, con protestas tan históricas como las que se vivió en Mestalla un 21 de mayo para la historia, donde los aficionados vaciaron el estadio y reivindicaron que un club siempre va por encima de cualquier persona.

En este huracán ha habido un nombre que ha marcado, sin hacer mucho ruido realmente, pero dejando un hueco que si, en el nivel deportivo se puede llegar a paliar, en el nivel personal se sufrió mucho más que otras. Carlos Soler era todo lo que estaba bien en el Valencia, era uno de esos últimos pilones de un club que aspira, y debe aspirar históricamente, a estar arriba en cualquier clasificación. Un club donde la cantera es importante, donde vale mucho más un jugador de la casa que cientos de fuera, donde la afición puede terminar disfrutando con el jugador al que ha visto crecer.


Porque Mestalla vio crecer a Carlos Soler, le ha visto formarse, ha tenido paciencia, le ha visto disfrutar y brillar como en esa Copa del Rey con Marcelino, y le ha visto llorar, como en esa final frente al Betis. Era el hombre perfecto para coger un brazalete que cada vez se estaba mereciendo más. Era pasión y coraje, era puro valencianismo. Era un jugador que ha tenido que jugar en varias posiciones, pero que lo ha dejado todo por el club, cogiendo unos galones que quizá no le correspondían y mostrando siempre su disposición como bandera.

Las diferencias con la directiva, o todo lo que pudiera suceder en unas negociaciones que no salieron bien, llevaron al joven a París, que se sumaba a la venta de Guedes a Inglaterra y que consistían en una pérdida de identidad irreparable. La sensación de que el club no podía mantener a los jugadores más importantes, a los jugadores de la casa. Porque después de formar dos grandes talentos, como es el centrocampista español o como era el atacante italiano, que llegó siendo una estrella pero no fue hasta su última temporada donde mostró el verdadero nivel con continuidad, se han marchado, en uno de los peores momentos del club, con un equipo que todavía sigue tocado por lo que pasó en la Cartuja, por ese penalti fallado.

Solo tenía una última cosa a la que agarrarse el aficionado che, solo le quedaba José Luis Gayá, que no solo ha respondido por él, sino que ha curado estas heridas recientes, y otras que seguían todavía abiertas, y sobre la que se echa sal en la herida cada partido de Champions, con Dani Parejo brillando en un equipo aspirante a muchas cosas. Tenía ante la mesa una renovación y mil ofertas, pero ha elegido un bando, se ha quedado con su casa, se ha quedado con lo que, en realidad, siempre ha sido.

Porque hablar de Gayá no es hacerlo de un jugador cualquiera, dejando los sentimientos valencianistas de lado, sino de uno de los veintitrés jugadores que muy posiblemente representen a España en el Mundial de Qatar. Es uno de los mejores laterales de LaLiga, es una ventaja competitiva sobre muchos rivales, un lateral que defiende bien pero que ataca mejor, que es como tener un centrocampista con una zurda de oro, un jugador incasable por la banda izquierda y que puede poner centros con música, de esos que se rematan hasta sin querer.


En un verano con pérdidas tan duras, con los ánimos tan bajos y con la mentalidad de que volver a ser grande puede llevar más tiempo de lo esperado, José Luis Gayá ha tomado una decisión, ha mirado a un futuro sombrío y ha apostado por el club de su vida. Con 27 años y la posibilidad de un gran contrato por delante ha renovado hasta 2027, ha certificado su pertenencia y ha demostrado que nada podrá tumbar su amor por el Valencia. Ahora los aficionados ya tienen más razones para creer, más de las que les estaba dando Gatusso y su revolución o Cavani y sus goles.

Por si fuera poco, y a modo simbólico de lo que han sido y pueden ser estos años, Gayá firmó su revolución después de fallar el penalti que le habría dado los tres puntos a su equipo en el minuto 100. Como si fuera una metáfora de que si las cosas van bien él ser uno de los responsables, pero que si van mal, él siempre va a seguir ahí. Gayá ha tomado una decisión, y quizá no es la mejor ni económica ni deportivamente, pero nadie puede decirle nada, nadie puede recriminarle ni un ápice el haber escogido la decisión de su vida.

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