Empezar a aprender de nuevo

17.10.2022

El Almería tenía un ecosistema hecho a la medida, un engranaje perfecto e inquebrantable, una razón de existencia que le había llevado, tras años de sufrimiento en la siempre infranqueable Segunda División, a ascender a lo más alto, a llegar a la élite del fútbol español de forma directa, sin 'playoffs' ni escaleras, simplemente un conjunto que bailaba a las órdenes de Rubi y que había convertido en sonrisas y abrazos temporadas llenas de lágrimas y de frustración.

Este ecosistema se entendía por cada uno de los nombres que lo formaban, pero a su vez, no se podía comprender sin un jugador en concreto. Un nigeriano de metro noventa y dos, sonrisa perenne y muchos goles, un jugador que podía ser criticado durante ochenta y cinco minutos, desesperando hasta a sus propios compañeros, pero que los últimos cinco resolvía un partido. Que tenía más peligro en un córner que lanzando un penalti.


Todo lo que consiguió Almería no se entiende sin él, uno de esos héroes modernos del fútbol, que recibiendo la llamada de clubes más grandes se quedó en Segunda División. A pesar de todos, contra todos. Y lo consiguió, llevó al equipo que había apostado por él a lo más grande, hizo lo que mejor sabía hacer, marcar goles, y celebró un ascenso histórico, tanto para el club como para él .Era la historia de su vida.

Cinco meses después la situación se ha cambiado, y es que aunque haya historias que están destinadas a romperse, el dolor no se rebaja ni un milímetro. Anticiparse a los hechos nunca hará que duela menos. Y Almería y Sadiq tenían que separarse, aunque lo hicieron de la mejor manera. El nigeriano se despidió de los suyos en su estadio, delante de la gente que le había visto crecer y le había contemplado observarse en un jugador que iba a fichar por toda una Real Sociedad, que iba a pasar de la segunda categoría del fútbol español a la Europa League, que había cumplido esas metas que se le presuponían. Lo hizo como mejor sabe hacerlo, marcando el gol de la victoria y regalando los tres puntos a su equipo, una victoria en el Power House Stadium ante el Sevilla que será recordado para los amantes almerienses como el último beso. Como cuando tienes que cortar con tu pareja pero quedas con ella por última vez. Como ese tren que ves marchar pero eres incapaz de moverte de la estación, como si fuera a dar marcha atrás.

Y la situación cambió, porque no podía ser de otra manera, porque los finales tristes siempre suceden en la vida real. Umar Sadiq solo pudo jugar tres partidos en su nuevo club, antes de que su rodilla le dijera que prefería el sur al norte, que había nacido para jugar en Almería y no en San Sebastián, diciendo adiós a una temporada que prometía ser feliz y que le deparó una de las peores jugarretas posibles, mientras que el Almería perdió el rumbo, como cuando en mitad del bosque la cobertura falla y tienes que utilizar esa brújula que siempre llevabas en el bolsillo pero que nunca has aprendido como se utiliza. Como cuando no sabes distinguir el norte del sur, el este del oeste.

Mientras Sadiq se recuperaba con operaciones y tratamientos, el Almería era incapaz de encontrar la fórmula de la pócima secreta que le otorgara el gol. Anduvo cuatro partidos seguidos buscando esa ecuación a la que le faltaba la 'X', intentando arrancar el coche que no tenía motor. Doce puntos perdidos, siete goles encajados y la sensación de que un simple movimiento había tirado por borda toda la temporada. Como cuando después de correr una maratón te das cuenta de que lo has hecho en dirección contraria, y de que nunca vas a llegar a la meta donde está todo el mundo celebrando tu llegada, donde todos van a reconocer que lo has conseguido.


Por suerte era solo dar un par de pasos más, era reencontrarse con su gente, sentir su apoyo y medirse a un Rayo Vallecano que se llevó más goles de los que merecía, pero menos de los que tenían guardados los almerienses después de tanto sufrimiento. Con Robertone se rompió ese techo de cristal, se explotó la burbuja de lo imposible y se empezó a jugar como realmente saben jugar. Los chicos de Rubi se pusieron manos a la obra, y primero Babic y después el Bilial terminaron de romper el telón, de subirse al escenario y de empezar a galopar.

Porque ahora el Almería tiene por delante un reto mayúsculo, veintinueve partidos y una salvación como objetivo por delante. Sin Sadiq pero con el Bilial, que no es lo mismo pero sirve igual, porque cuando uno encuentra su sitio, todo lo demás no importa. El primero que ha cambiado ha sido Rubi, que ha empezado a reconocer que su fútbol es distinto si no está su estrella, y ha empezado a hacer calar a sus futbolistas que aquí todo el mundo es valioso, que la magia de un vestuario es estar unidos y que los problemas, sirven tan solo para mejorar.

El Almería ha empezado a encontrar el rumbo, ha recuperado la cobertura, como cuando sales de esos tortuosos túneles de la M-30 y no sabes si has aparecido por el Calderón en ruinas o por cualquier otra parte de Madrid. Como cuando te han arrebatado todo pero encuentras razones para seguir adelante. Ha encontrado el rumbo a seguir, aunque se hubiera desviado, y ahora ya solo tiene en mente un objetivo, un propósito de vida que le puede aupar hasta lo más grande. Porque entre creer y poder solo hay un par de consonantes.

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