El Levante, un náufrago en la orilla
Recordar la temporada del Levante es pensar en una película de terror, un sinsentido donde todo puede pasar, una especie de utopía en la que los personajes parecen despertarse sin saber dónde están o qué tienen que hacer, una lucha contra la cordura y un grito en contra de la intelectualidad de un grupo de jugadores a los que parecía habérseles olvidado lo que es jugar el fútbol, unos futbolistas encerrados dentro de sus propios miedos, con la mala suerte en el centro de la diana y con una teoría que no conseguían llevar a la práctica.
El Levante era un equipo sin corazón, sin alma, que deambuló a lo largo de toda una primera vuelta por los campos de España sin ninguna motivación más allá de que el árbitro pudiera pitar el final del partido y terminar con un nuevo esperpento, sin pensar en los tres puntos que perdía y presentándose en el Ciutat de Valencia sin nada que ofrecer, frente a una afición que era consciente de que merecía más y que cada vez se distanciaba más de lo que sucedía sobre el verde.

Pero algo hizo 'click', algo debió cambiar en la cabeza de unos jugadores que ya se veían en Segunda División, pero que cambiaron la apuesta con tal de seguir en LaLiga, que abrazaron un milagro como si fuera algo común y que decidieron que lo iban a intentar, que ganar era cuestión de fe. Se creyeron invencibles, y consiguieron su primera victoria, ante su gente, ante un público que empezaba a creer que algo que todavía no se podía ni imaginar era posible. No sería un partido fácil, no podía serlo después de tanto tiempo, con polémica y tensión hasta los últimos minutos, que se convirtieron en los primeros de un nuevo horizonte que ya no se vislumbraba negro, que estaba repleto de expectativas, con una segunda vuelta donde todo podía cambiar. Ese famoso 'Y si...' que habría traído la alegría a Valencia, vida entre las cenizas.
Duró poco la alegría, y la salvación volvió a convertirse en un improbable, como si la victoria hubiera sido un espejismo al que le sucederían varias derrotas hasta llegar al momento de la machada, al momento de volver a soñar. La teoría de que el fútbol es un estado de ánimo se convirtió en una verdad irrefutable con este equipo, que había cambiado entrenadores, piezas o esquemas, pero que no pareció un equipo capaz de optar a nada hasta que no conquistó el Wanda Metropolitano, una victoria de las que se recuerdan, la que sin lugar a dudas, habría sido enmarcada en un cuadro y puesta en las vitrinas del estadio si se hubiera conseguido una salvación.
Un Levante maltrecho, dolorido y medio muerto empezó a convertirse en uno lleno de pasión, entrega y lucha. No le importó no contar con algunos de sus mejores jugadores, con el recuerdo constante de De Frutos y Campaña, se supo sobreponer al aluvión de goles recibidos por partido. Al fin tenía un objetivo, era un equipo nuevo y empezaba a creer en una salvación que ya no estaba tan lejos, ya no era un oasis en mitad del desierto para el viajero exhausto, ya solo era un objetivo, una cuerda tendida para salir del pozo.
Y ahí apareció José Luis Morales, aunque quizá aparecer no sea la palabra correcta, porque solo aparece quien se ha ido, y al 'Comandante' jamás podrán reprocharle en Valencia que no estuviera ahí. Con 34 años, muchas temporadas a su espalda, un fútbol infinito y miles de cicatrices en su rostro abrazó la ilusión y empezó la remontada. Lo suyo no ha sido echarse el equipo a la espalda, sino cargar con el peso de toda una ciudad sobre sus hombros, una lucha encomiable contra los dioses de la Primera División, contra propios y extraños. Una guerra donde no estaba solo, pero sí adelantado, y declaraciones en forma de gol, cabalgadas en ansias de una libertad que se aventuraba, un futuro que existía y un pasado cuya mención ya estaba prohibida, porque ahora sí que existían razones para creer.

Todos los cuentos tienen un final, y sería faltar a la verdad afirmar que este es feliz en todos los casos. En el del Levante no lo fue, visitó un palacio y se vistió de mendigo, se plantó en el Santiago Bernabéu con, precisamente lo que habían conseguido superar, más miedo que vergüenza, una especia de pavor, un terror ante el escenario que solo consiguió magnificar a un Madrid ya sin objetivos y hacer más pequeño a un Lisci que se hundía en el banquillo que él mismo había conseguido sacar a flote, con un Morales incapaz de abandonar el estadio, entre lágrimas que reflejaban el dolor de quien lo ha intentado, el que se ha enfrentado a todo, el que ha desafiado al universo hasta que este ha aplicado su propia ley. Es la historia del Levante, una historia que comenzó sin esperanzas y terminó con corazón, el 'qué hubiera pasado si...' que se repetirá hasta la saciedad y un estadio que albergará partidos de Segunda División. ¿Por cuánto tiempo? Es imposible saberlo, pero si algo les ha enseñado la experiencia, es que 'nunca' es una palabra demasiado grave como para poder pronunciarla.