Barça: Fichajes, ilusión y optimismo
Pablo Torre, Kessié, Andreas Christensen, Raphinha, Lewandowski... Enumerar el mercado de fichajes del Barça es complicado, una odisea de nombres, posiciones y oportunidades en las que la figura de Mateu Alemany ha sobresalido por encima de todas, consiguiendo imponer su ley, y sobre todo, pudiendo hacer válidas las palabras de Laporta, dando sentido a todo lo que se ha hecho durante los últimos meses.
En el plano futbolístico estos fichajes son una maravilla para cualquier entrenador, mucho más para un Xavi cuya primera media temporada no ha sido como esperaba, con mucha táctica pero poca ejecución, una especie de búsqueda continua de lo que quería y lo que podía conseguir que ha terminado derivando en un quiero y no puedo, un final salvado por la campana y el cierre de una campaña que dejó tantos momentos buenos como desilusiones, aunque estas últimas hayan terminado siendo las que se han quedado en la retina del imaginario popular.

La importancia de todo esto llega en lo emocional, afecta directamente al orgullo de unos aficionados que empiezan a creer de verdad en una nueva etapa, que se comienzan a emocionar de nuevo con su equipo, y que por primera vez en mucho tiempo, pueden mirar hacia adelante con una sonrisa y un brillo en los ojos, un halo de ilusión que parecía perdido, sepultado entre derrotas europeas, ligas perdidas, y sobre todo, un recuerdo imborrable cuya sombra poco a poco va desapareciendo, una etapa de más de una década, con su posterior luto y depresión.
Porque para entender al aficionado culé la mejor palabra es la desilusión. La desilusión de noches europeas para olvidar, el recuerdo de escenarios míticos donde, no solo no se ha salido por la puerta grande, sino que han supuesto una mancha imborrable en un historial perfecto, con Roma, Liverpool o Múnich como estadios a los que no volver. A todo esto se sumó lo que tenía que llegar, pero para lo que quizá no estaban preparados, la marcha de Messi. Ni las circunstancias ni el momento fueron válidos para un aficionado que veía marchar al mejor, entre lágrimas de astro, afición y presidente ante un abismo infernal cuyo fondo nadie se atrevía a vislumbrar.
Y es que, tras un año de transición, con batacazo en la ninguneada Europa League incluida, por fin vuelven a aparecer las sonrisas en el Camp Nou. Deben ser comedidas, con una economía en boca de todos, un estadio perdiendo su signo y un futuro hipotecado como dos recién casados, pero quién podría culparles, nadie llora en su luna de miel. No es para menos, y es que sus fichajes no han sido normales, y esta es la mejor noticia. Ante la falta de cartera, que sin embargo también ha salido a relucir, su mercado veraniego ha consistido en la propia belleza del club, una especie de encanto que ha provocado la convicción de los propios futbolistas, una grandeza por vestir la elástica azulgrana y un orgullo que, sino había desaparecido, sí que estaba sepultado.

Porque vuelve el 'Jogo Bonito' como dice Laporta, pero vuelven muchas más cosas, una oleada de competitividad en lo que ha supuesto casi una lucha cuerpo a cuerpo frente al Chelsea, arrebatándole a uno de sus mejores centrales y superándoles en la puja por uno de los jugadores más prometedores del mundo. No solo eso, sino que el centrocampista del campeón italiano también ha querido hacer las maletas rumbo a la Ciudad Condal, a pesar de no conocer ni el encaje que pueda tener sobre el césped y el tener que ganarse los minutos a costa de todo un coloso como es Sergio Busquets. Y por si fuera poco, como si el campeón de la Champions en 2021 y el histórico Milan no fueran suficientes, han chocado también contra el todopoderoso Bayern de Múnich, esa potencia alemana que, así a priori, ha perdido 40 goles por temporada, como mínimo: Robert Lewandowski.
"El que dude de jugar aquí, ya no nos sirve ". Este es el lema que encabezó Johan Cruyff, y que se ha repetido hasta la saciedad por los aficionados culés, deseosos de abrazar ese conocido ADN Barça, con vestigios de la época dorada de Pep Guardiola, y culpables quizás de haberse amarrado a unas expectativas que no eran reales. Entre todo esto ha aparecido Robert Lewandowski, en una decisión que no solo es valiente, sino que también es arriesgada, que supone mucho más que salir de una zona de confort, abandonando uno de los mejores equipos para sumarse a un Barça todavía por descubrirse, a sus 34 años, y enfrentándose a una directiva que no se caracteriza precisamente por ser la más comprensiva.
Esto es lo que ha conseguido hasta ahora el Barcelona, que no solo ha crecido a nivel futbolístico, que no solo ha nutrido a su entrenador de bestias competitivas para dominar Europa, sino que ha marcado ya el primer gol de la temporada, el fichaje más importante, el del jugador número doce. La afición ya tiene motivos para creer, ya pueden visitar el Camp Nou lleno de orgullo. Su equipo ha puesto la primera piedra para olvidar a Messi, y por fin, tras varias años de incertidumbres, miedos, expectativas y fracasos, la Champions League otea en el horizonte como una oportunidad, no como un trámite, un escalón que les pueda volver a llevar a lo más alto. Desde luego, piezas no les van a faltar, e ilusión tampoco.
